Aún en casa.
20 años.
20 años caminando por las mismas calles, durmiendo en la misma cama y bajo el mismo techo.
Conozco todo de esta ciudad, conozco los sitios de interés turístico, los mejores lugares para comer, los sitios donde la "birra" es barata, cuando llego a la discoteca, los porteros me saludan, recuerdo haber reído, llorado y gritado de felicidad en muchas de estas calles, me sé todas las rutas de los autobuses, podría llegar a cualquier parte desde cualquier parte.
Cuando me gradué de bachillerato, caminé después de la ceremonia por la acera que está frente a mi casa, con el peso de la medalla de bachiller en mi bolsillo y pensé "vaya, qué rápido pasa el tiempo", han pasado cuatro años de eso, y uno de estos días caminaré por la misma acerca, para llegar al terminal, a conocer otras ciudades, quizá no tanto como esta.
Mérida me ha acogido durante 20 años como a una niña, con su frío y su vista del pico Bolívar, que puedo apreciar cuando salgo de mi casa, he bajado caminando de la facultad tantas veces que le agarré gusto al camino, subí al teleférico y no pude estar más orgullosa de mi ciudad cuando visité los páramos andinos, adoro su belleza, su paz, la familiaridad y la forma en que me hace sentir como en casa.
Me voy por razones obvias, sin muchas ganas de dejar mi hogar, pero con demasiadas ansias de conocer cosas nuevas, no llevo mucho, pero planeo conseguirlo todo, no necesito suerte, esa ya está echada, pero aspiro al éxito.
Me llevo un montón de costumbres, de manías adquiridas, y ¿para qué digo que no? un vacío gigante.
Espero volver a mi ciudad, mi preciosa, preciosa Mérida.
Aún estoy en casa, escribo desde la misma computadora que he usado desde 2013, ya les iré contando después cómo me va con esto.
Tengo muchísimo miedo, sobretodo de no poder con el dolor de dejar a mi familia, recuerdo que cuando mi abuela hacía viajes anuales a Caracas yo lloraba por horas, aunque sabía cuándo iba a regresar, ahora tengo boleto de ida, pero no sé el de vuelta.
Mi abuela camina a mi al rededor como una mariposita, la voy a extrañar más que a nadie.
Supongo que no puedo quedarme entre sus brazos toda la vida ¿verdad?
Ya veremos.
En fin, este es el primer post, veremos desde dónde escribo el segundo.
20 años caminando por las mismas calles, durmiendo en la misma cama y bajo el mismo techo.
Conozco todo de esta ciudad, conozco los sitios de interés turístico, los mejores lugares para comer, los sitios donde la "birra" es barata, cuando llego a la discoteca, los porteros me saludan, recuerdo haber reído, llorado y gritado de felicidad en muchas de estas calles, me sé todas las rutas de los autobuses, podría llegar a cualquier parte desde cualquier parte.
Cuando me gradué de bachillerato, caminé después de la ceremonia por la acera que está frente a mi casa, con el peso de la medalla de bachiller en mi bolsillo y pensé "vaya, qué rápido pasa el tiempo", han pasado cuatro años de eso, y uno de estos días caminaré por la misma acerca, para llegar al terminal, a conocer otras ciudades, quizá no tanto como esta.
Mérida me ha acogido durante 20 años como a una niña, con su frío y su vista del pico Bolívar, que puedo apreciar cuando salgo de mi casa, he bajado caminando de la facultad tantas veces que le agarré gusto al camino, subí al teleférico y no pude estar más orgullosa de mi ciudad cuando visité los páramos andinos, adoro su belleza, su paz, la familiaridad y la forma en que me hace sentir como en casa.
Me voy por razones obvias, sin muchas ganas de dejar mi hogar, pero con demasiadas ansias de conocer cosas nuevas, no llevo mucho, pero planeo conseguirlo todo, no necesito suerte, esa ya está echada, pero aspiro al éxito.
Me llevo un montón de costumbres, de manías adquiridas, y ¿para qué digo que no? un vacío gigante.
Espero volver a mi ciudad, mi preciosa, preciosa Mérida.
Aún estoy en casa, escribo desde la misma computadora que he usado desde 2013, ya les iré contando después cómo me va con esto.
Tengo muchísimo miedo, sobretodo de no poder con el dolor de dejar a mi familia, recuerdo que cuando mi abuela hacía viajes anuales a Caracas yo lloraba por horas, aunque sabía cuándo iba a regresar, ahora tengo boleto de ida, pero no sé el de vuelta.
Mi abuela camina a mi al rededor como una mariposita, la voy a extrañar más que a nadie.
Supongo que no puedo quedarme entre sus brazos toda la vida ¿verdad?
Ya veremos.
En fin, este es el primer post, veremos desde dónde escribo el segundo.
En la última estación del teleférico de Mérida. Septiembre 2017.
Foto tomada por el amor de mi vida, el barbudito que amo y que se encuentra a 8.000km de distancia.
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