El segundo viaje.
Bien, lamento la ausencia, la verdad es que no tengo de donde escribir y desde mi teléfono es sumamente incómodo, intentaré resumir el viaje de Colombia a Ecuador y mi llegada a Cuenca en un solo post.
Bien, salimos de Bogotá el miércoles 25 de abril, compramos un boleto de Bogotá a Ipiales, el viaje fue bastante largo, ya no recuerdo cuánto tardamos exactamente pero fue largo.
Al llegar a Ipiales fue que comenzó la verdadera odisea, un auto nos llevó hasta la frontera con Ecuador, nosotros teníamos pasaporte pero muchísima gente llega hasta ahí sin él, había entonces dos filas para salir del país, una para las personas que tenían la Carta Andina y otra para las personas que como nosotros, tenían pasaporte, en esa fila tardamos tres horas.
Luego de sellar la salida de Colombia, debíamos pasar el puente y sellar la entrada a Ecuador, esa fila era, por mucho, más larga, no sólo había venezolanos, pero eran el grupo dominante, mientras estaba ahí una familia llegó ofreciendo pan y avena a quienes esperaban, ese gesto me enterneció muchísimo, en esa fila tardamos siete horas.
Finalmente, a las once de las noche, fuimos al terminal terrestre de Tulcán y de ahí salimos a Quito, en la fila para sellar hicimos un grupo de amigos bastante divertido, con algunos chicos y chicas que iban a Perú.
A Quito llegamos a las seis de la mañana, el terminal al que llegamos era muy bonito, para una persona que está acostumbrada a terminales terrestres desastrosos, fue el cielo, sólo estuvimos en Quito unos minutos porque conseguimos un pasaje en seguida a Cuenca, nuestro destino.
El viaje a Cuenca se me hizo eterno, llevaba 48 horas de viaje, definitivamente sólo quería llegar.
Ecuador es un país hermoso, pero Cuenca es absolutamente el esplendor de toda esa belleza, al principio tenía algo de miedo, pensé que no iba a gustarme la ciudad, quedé enamorada de Bogotá e irme fue un poco triste para mí, pero al llegar a Cuenca, su arquitectura, su gente y su clima me enamoraron.
El día que llegue, tuvimos que dormir cuatro amigos en una cama individual, porque el hombre que nos iba a arrendar un departamento nos dejó plantados, ya el segundo día buscamos otro arriendo, lo visitamos y lo alquilamos.
En fin, el viaje fue duro, pero el destino valió la pena, así que aquí estamos.
Bien, salimos de Bogotá el miércoles 25 de abril, compramos un boleto de Bogotá a Ipiales, el viaje fue bastante largo, ya no recuerdo cuánto tardamos exactamente pero fue largo.
Al llegar a Ipiales fue que comenzó la verdadera odisea, un auto nos llevó hasta la frontera con Ecuador, nosotros teníamos pasaporte pero muchísima gente llega hasta ahí sin él, había entonces dos filas para salir del país, una para las personas que tenían la Carta Andina y otra para las personas que como nosotros, tenían pasaporte, en esa fila tardamos tres horas.
Luego de sellar la salida de Colombia, debíamos pasar el puente y sellar la entrada a Ecuador, esa fila era, por mucho, más larga, no sólo había venezolanos, pero eran el grupo dominante, mientras estaba ahí una familia llegó ofreciendo pan y avena a quienes esperaban, ese gesto me enterneció muchísimo, en esa fila tardamos siete horas.
Finalmente, a las once de las noche, fuimos al terminal terrestre de Tulcán y de ahí salimos a Quito, en la fila para sellar hicimos un grupo de amigos bastante divertido, con algunos chicos y chicas que iban a Perú.
A Quito llegamos a las seis de la mañana, el terminal al que llegamos era muy bonito, para una persona que está acostumbrada a terminales terrestres desastrosos, fue el cielo, sólo estuvimos en Quito unos minutos porque conseguimos un pasaje en seguida a Cuenca, nuestro destino.
El viaje a Cuenca se me hizo eterno, llevaba 48 horas de viaje, definitivamente sólo quería llegar.
Ecuador es un país hermoso, pero Cuenca es absolutamente el esplendor de toda esa belleza, al principio tenía algo de miedo, pensé que no iba a gustarme la ciudad, quedé enamorada de Bogotá e irme fue un poco triste para mí, pero al llegar a Cuenca, su arquitectura, su gente y su clima me enamoraron.
El día que llegue, tuvimos que dormir cuatro amigos en una cama individual, porque el hombre que nos iba a arrendar un departamento nos dejó plantados, ya el segundo día buscamos otro arriendo, lo visitamos y lo alquilamos.
En fin, el viaje fue duro, pero el destino valió la pena, así que aquí estamos.
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